Ya es otoño en el hemisferio norte. Es 2020 y estamos bajo los efectos de una pandemia global por un coronavirus denominado COVID-19 y que provoca una enfermedad denominada SARS-CoV-2.
La enfermedad es como la «lotería de Babilonia» de Borges, te puede tocar que no te enteres o lo mismo te sale muerte. Blanco o Negro y muchos tonos de grises por medio.
Cuando me pregunten como luché contra esta catástrofe diré que me quedé en casa viendo la vida pasar, saliendo con una mascarilla de papel a la calle y con jabón y alcohol en las manos. Y ya.

Nos acostumbramos a todo, vivimos en un Apocalipsis suave del que lo mismo salimos o no, nadie lo sabe porque nadie prevé que esto sea para siempre o que no vaya a terminar algún día.
Recordando esa novela he pensado en mi último viaje a Cuba con el país entero desmoronándose y la gente adaptándose a la situación. Sales de la Habana por una carretera de 8 carriles, la 8 vías, atraviesas media isla y de repente hay caminos para solo 2 coches y la mayoría de lo que ves son carretas y gente a caballo. Electricidad procedente de grupos electrógenos y coches reparados una y mil veces.

Por lo menos es otoño, cambia la estación, las horas de sol la temperatura y ya mismo la ropa que nos ponemos para salir a la calle. Por ejemplo un jersey para el otoño.